Creo que todos sabemos qué queremos como sociedad. Todos buscamos una mejor calidad de vida, y para intentar alcanzarla hay que buscar qué podemos hacer para mejorarla. Ser parte de una fundación es un camino enriquecedor: aprender, compromiso, frustración y felicidad son unas de las cuantas cosas que yo he vivido. Es increíble ver todo lo que uno puede aportar, aunque probablemente nuestro trabajo sea ínfimo a comparación a todo lo que queda por hacer. Se generan muchas emociones, porque uno va formando una familia a medida que pasa el tiempo. Hay momentos felices y algunos pocos, más tristes. Uno se busca el tiempo a pesar de que no haya para participar y ayudar, porque uno siente una responsabilidad y lazo hacia los beneficiados. Es un amor incondicional que es pagado todos los días con ver que nuestro granito de arena esta ayudando a alguien más. A veces es difícil, es triste, es frustrante y duele ver que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, aún hay muchas cosas a nivel macro que nosotros no podemos cambiar ni controlar. Es necesario un cambio de mentalidad como sociedad para mejorar nuestro país. Por eso, nosotros trabajamos constantemente para mejorar nuestro entorno y que esa energía se transmita. Como decimos siempre “todo aporte sirve”, aunque sea simple, genera una repercusión. No hay que bajar los brazos, nosotros tenemos la convicción de que algún día la sociedad mejorará y no serán necesarias las fundaciones, porque la sociedad va a ser suficientemente equitativa y justa para todos.

Por: Catalina Mendizábal C.

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